La crisis argentina sólo retrocedió un paso para avanzar dos: Cristina Kirchner rompió relaciones de hecho ayer con la dirigencia agropecuaria, un día después de haber accedido al pedido rural para que el Congreso tratara las retenciones. El extenuante y destructivo conflicto, que lleva ya cerca de 100 días, se agravó seriamente tras esas palabras de furia presidencial en la Plaza de Mayo. Los “cuatro señores a los que nadie votó”, como llamó a los dirigentes de las entidades rurales, quedaron en la intimidad fulminados por la aflicción y el fastidio luego de escuchar a la Presidenta en su discurso más agresivo y rupturista desde que ocupa la Jefatura del Estado. Pocas horas después, esa cólera de los ruralistas tomaba cuerpo con una ampliación del paro vigente hasta ayer y con un llamado a un virtual estado de asamblea permanente de los campesinos. "Pedimos que nos respeten", le devolvieron a la primera mandataria. La crisis ha escalado, en definitiva, algunos peldaños más desde la áspera tarde de ayer.
Los gobiernos se dedican, por lo general, a resolver problemas y no a organizar actos. Sin embargo, el kirchnerismo gasta desde hace tres meses más tiempo en preparar movilizaciones de adeptos que en solucionar las conflictos. El acto de ayer se programó para confrontar con movilizaciones del campo programadas para el mismo día que luego se suspendieron. Terminó siendo, implícitamente, una respuesta a los masivos cacerolazos del lunes.
¿Qué problemas se resolvieron ayer luego de que se llenara la Plaza de Mayo con personas movilizadas por intendentes del conurbano y por los sindicatos? Hubo muchas personas y muchos colectivos para trasladarlas. Algunos asistentes mostraron de manera tan patética su falta de entusiasmo político que abandonaron la histórica plaza antes de que la Presidenta terminara su discurso. Los pocos y raleados aplausos que hubo para esa oración presidencial indicaron también que muchos no sabían por qué estaban ahí.
El problema más serio que está creando está conducción de la crisis es una seria fragmentación de la sociedad. Ningún gobierno desde la restauración democrática ha hecho tanto como el de los Kirchner para dividir a la sociedad entre sectores medios y pobres. No puede -ni debe- ocultarse la clara diferencia social que existe entre los que protagonizan las marchas de ruralistas, o los cacerolazos en las ciudades, y las multitudes de personas que moviliza el kirchnerismo desde las regiones más pobres.
La Argentina es un país que se construyó sobre las bases de la movilidad y la integración sociales. La división de la sociedad entre sectores de distinta extracción económica tiene un nefasto precedente en la Venezuela de Hugo Chávez.
La Presidenta fracciona la sociedad hasta cuando hace su particular lectura de la historia. Creíamos, hasta ayer, que los actuales problemas argentinos se originaron hace 50 años. Cristina Kirchner lo corrigió en su discurso de la víspera: los conflictos del presente empezaron con el Centenario; es decir, hace casi 100 años, cuando, en verdad, se echaron los cimientos de la prosperidad argentina. Pero ¿qué tienen que ver los gobernantes de hace un siglo con la carencia de combustibles de hoy, con la inflación o con las retenciones de Martín Lousteau? Nada. Esa referencia sirvió sólo para perder el tiempo.
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Esa versión parcial y descontextualizada de la historia la llevó también a vituperar sin sentido a la década del 90. El gobierno de esa década fue frívolo, insensible y con grandes dosis de corrupción pública, pero las retenciones se eliminaron por otros motivos. Simplemente, los precios de las materias primas estaban entonces al nivel del zócalo y las retenciones no tenían razón de ser.
La única alusión al diálogo con los ruralistas que hizo Cristina Kirchner fue para patearlo hasta el Bicentenario; faltan todavía dos años para ese aniversario y las góndolas están vacías aquí y ahora. Hizo una sola alusión a la clase media, para pedirle implícitamente que no lea los diarios ni vea la televisión, pero es evidente que los valores de esa plaza no son los valores clásicos de los sectores medios. El Gobierno se aísla cada vez más en el reducido aparato del peronismo, en lo que Néstor Kirchner llamaba despectivamente "el pejotismo".
Definitivamente, el matrimonio presidencial está convencido de que lo quieren echar del poder. La denuncia de golpismo sobrevoló ayer casi todas las palabras de la Presidenta, como lo había hecho el día antes en la particular conferencia de prensa de su marido. Pero la pareja gobernante está segura, al mismo tiempo, de que la victoria da derechos. De un lado está "el gobierno que ganó" y del otro "las corporaciones". Es el poder lo que se juega, y en ese juego no existe, para ellos, la política. La democracia como un sistema de vida (del que forman parte el diálogo, la negociación y el consenso con partidos opositores y con sectores disconformes) es un concepto abstracto e inasible para los Kirchner.
La Presidenta llegó a vincular la protesta rural y los cacerolazos con los golpes de Estado y con la cultura que creó la pasada dictadura, dijo. Esos movimientos sociales contestatarios de ahora están poblados de jóvenes que nunca vivieron en dictadura. Cualquier cultura se agota con el paso del tiempo y la Argentina vive en democracia desde hace 25 años. Sólo la obsesiva mirada en el pasado puede provocar tanta desorientación sobre las conflictivas cosas del presente.
Podrá decirse que todos los políticos se van de boca en una tribuna y que eso les pasó también a los dirigentes rurales en el acto de Rosario el 25 de Mayo, manifestación cuya magnitud el Gobierno no ha podido digerir aún. Pero la palabra de la Presidenta no puede compararse con los resbalones verbales de Alfredo De Angeli.
Si, en todo caso, se trataba de un discurso que se calentaría con el fuego de la multitud, ¿para qué ordenó entonces que la cadena nacional de radio y televisión transmitiera en directo su arenga de rupturas y demonizaciones? La cadena nacional se ocupó en dos días seguidos de Cristina Kirchner. Bill Clinton suele decir que los políticos hablan con la poesía y gobiernan con la prosa. Un problema insoluble y peligroso aparece cuando hablan y gobiernan sólo con la poesía de los héroes.
Fuente: La Nación